La vida se me ha pasado en un suspiro. Pronto tendré 39 años, más o menos la mitad de mi vida.
Por dentro me siento igual que si tuviera veinte, pero leyendo blogs de muchacho/as de esa edad me doy cuenta hasta qué punto la vida nos enseña cosas sin que nos enteremos, casi a traición: sí, conocerás el amor; sí, lo perderás; sí, lo volverás a encontrar, pero será diferente; no, no hay segundas oportunidades; sí, siempre hay oportunidades, pero son nuevas; no, la gente no cambia por amor; sí, la gente puede cambiar, pero desde dentro, y nada de lo que hagas lo condiciona; no, él/ella no volverá; sí, estás mejor sólo que mal acompañado; no, no eres demasiado mayor; no, si no te quieres, no puedes querer; sí, aunque no te quieras, él/ella puede quererte, pero no funcionará; no, no hay nada que puedas hacer para que él/ella aparezca; no, no eres demasiado joven; no, conformarte no es la solución; sí, él existe, y ella también.
[Inciso]
Chico/as: no tengáis prisa, las cosas llegan cuando tienen que llegar, cuando estéis preparados, cuando la vida os haya dado la forma oportuna para que el otro/la otra os descubra. No se puede acelerar, no se puede adelantar, ni ver cómo será. Creced por dentro, divertíos, aprended, amad, llorad, sed felices, sed fieles a vuestros amigos, no os traicionéis, ni traicionéis a nadie, y llegará. Siempre llega, pero sólo si estáis preparados para reconocerlo, y conservarlo: hablo del amor.
[FinInciso]
Pasada la turmix emocional de la adolescencia y la veintena, encontré la paz junto a mi marido. Y llegó otra turmix: seis casas en nueve años, seis mudanzas, cuatro trabajos, cuatro ciudades donde vivir, nueve países, muchos viajes, miles de kilómetros, muchas horas de estudio, y más horas todavía de trabajo; ninguna ruptura, ninguna amenaza, muchas risas, muchos disgustos y decepciones de trabajo, alguna bronca de una tarde, muchas sonrisas, mucho amor y no poco sexo. El sexo cada vez mejor, gracias. Y volvemos a Madrid.
Hablando hace unas semanas con Alex, cabeza de mi clan galego preferido, nos dimos cuenta de que tenemos casi la misma edad. A sus 39 años, él es un profesor que tiene alumnos, tiene un socio y una empresa, cuatro hijos maravillosos, más uno sobrevenido, y mascotas. Yo a mis 38 años y mucho meses, tengo a mi marido, y mis dos perros.
En lo único en lo que nuestras vidas se parecen es en la cantidad de gente que nos quiere y que está cerca, tanto familia como amigos.
El se quejaba de su vida agotadora, yo de mi vida intrascendente. La denominé de eterno post-adolescente, o fue él quien la llamó así, no recuerdo. Lo cierto es que yo llevo más o menos la misma vida que con veinte. Y él como que no.
Yo trabajo, veo a mis padres, charlo con mis hermanos, paseo a los perros, me río con mi marido, trabajo y duermo. Y llegado el finde, vemos a los amigos, salimos de viaje, o de copas, o vamos a alguna exposición, o todo a la vez; o nos quedamos en casa debajo de la mantita viendo la tele, que sobre todo cuando llueve apetece.
Me planteé si me cambiaría por él, y concluí que un fin de semana, de vez en cuando, vale. Pero que no aguantaría más tiempo.
Nunca he sentido el instinto paternal. El instinto de enseñar sí; durante años fui profesor de esquí para pagarme mis entrenamientos y viajes a campeonatos. Y me gustaba dar clase. Años después fui instructor de bases de datos relacionales para técnicos de banco talluditos. Y también lo disfruté. Pero en general los niños me ponen nervioso, y los aguanto la primera media hora. Para mí, hasta que alguien no pasa la edad del pavo, no es un humano completo, jajaja. Lo de ser padre no es para mí.
Tal y como van las cosas, seré un viejo muy cachondo, muy leído y viajado, y solo. ¿Solo? No sé, quizá debiéramos repensar las categorías, aquí.
Mi familia se está extinguiendo al mismo ritmo que España: de cuatro hermanos que somos, solo hay dos descendientes. Padre no soy, sino tío. Y abuelo no seré, sino tío-abuelo, con suerte, de un único churumbel. Churumbel que estará demasiado ocupado con su propia vida para escuchar las historias del pesado del tío-abuelo Max.
Mi marido seguirá por aquí, seguro. Y mis hermanos del alma. Y mis mejores amigos espero que también, sobre todo si una que yo me sé se opera de una vez. Incluso quizá, algunas amistades de la blogosfera sobrevivan a los años y la sustitución de los blogs por videoblogs y de éstos por la realidad virtual, y ésta por…a saber.
Me gusta imaginar que nos reuniremos en torno a los cafés, que serán de colores, que no whiskies, y contaremos viejas historias mientras puñales nuevos cruzan sobre la mesa, que reiremos como ahora, y que en los ratos de silencio frente al fuego – también virtual, claro - pensaremos qué ha sido de nuestras vidas, qué habrían podido ser.
No quiero ser un viejo que se arrepienta de no haber hecho algo. Seguro que me arrepentiré de cosas, ya lo hago de algunas pequeñas y tontas, pero no quiero tener que pensar cómo habría sido mi vida de haber tomado decisiones diferentes. Quiero haberlas tomado todas, bebido de todas las fuentes, comido de todos los frutos, subido todos los árboles y bajado todos los ríos. Quiero dejar la vida tan exhausta como ella me está dejando a mí. Que se joda.
Y luego, Dios dirá.
Pero va tan rápido…